CUARTO VIERNES DE CUARESMA EN SANTA ANA HUISTA
XVI PARTE
Por Elder Exvedi
Morales Mérida.
Fuente:
Huista: un viaje a través del tiempo.
Cuarto Viernes de Cuaresma, 1995.
Desde la madrugada del jueves comenzaron a tronar las
bombas pirotécnicas, los cohetes de vara que subían al aire soplando chorros de
humo, ensordecían los oídos del pueblo. Luego la misa mayor a la que
asistieron.
Las calles atestadas de gente. Se abrían paso a
empollones y codazos. Rockolas a todo volumen, altoparlantes de lotería. En el
atrio de la parroquia, el Baile del Torito.
-¿Qui´bole mano?
-Bien a tusa usté.
-Eso es bueno. No chupar cuando es fiesta, es pecado.
-Si usté.
“El pueblo festeja con ruido y
pólvora. Es día de misa. El incienso huele sabroso y la
procesión nos renueva. Es día de asueto, de feria y de estreno.
Del lejano Totonicapán llegan los alfareros de loza pintada, hombres
que traen cargando sus productos dentro
de enormes cacaxtes hechos de tul. Envuelta con el mayor de los cuidados, entre
colchones de hojas de pino, traen un extenso surtido de loza vidriada y
pintada: candeleros, platos, escudillas redondas para el atole, batidores con
adornos de flores y soles en donde se acostumbraba a tomar el chocolate en
leche o el espumoso batido. Guitarras y guitarritas; jícaras pintadas de nig,
sombreros, productos de jarcia, juguetes y toda una extensa variedad de
productos. Es día de misa, de estreno.
En la feria hay muchas novedades y atracciones, siendo muy relevantes
las transacciones comerciales y ganaderas que se realizan como la compra-venta de ganado caballar y
vacuno.
Para los moradores de Santa Ana Huista, la llegada de la feria es todo
un acontecimiento.
Entre las actividades más frecuentadas y gustadas está el cinematógrafo. Acondicionado en una
gran carpa blanca, el cine era toda una novedad para los visitantes de la
feria, especialmente para los aldeanos. Las personas se sentaban en aquellas
salas de cine improvisadas, con bancas prestadas de la escuela, a ver las
maravillas de las películas mudas.
Todo es alegría. Hay loterías, platillos típicos, dulces, frutas y panes;
juegos de azar, zarabandas.”, escribiría Juan de Dios, años después.
A las nueve de la mañana del
jueves, principiaron a llegar los gallos. Algunos los llevan en jaulas
metálicas; otros, enrollados en petates de tamaño especial.
Los jugadores portan sus navajas en unas cajitas negras. Los de poco
dinero las llevan envueltas en gasa de vendar heridas.
-Mirá a ese, lleva su bolsita de chile chiltepe, para que el gallo coma
minutos antes de las peleas, así se ponen más cabrones y
luchan hasta la muerte-, señaló Zacarías.
El redondel del patio de pelea está todo pringado de manchas de sangre
coagulada y lleno de plumas pequeñas, cuando con navajas les rasuran las entre piernas.
Una galera de paja, es el improvisado palenque, con
galería y luneta en torno al redondel; al centro, la arena donde los gallos
pelean. El juez, un gallero internacional, oriundo de
Chiquimula.
Vuelan los billetes de a cien quetzales a favor del
gallo mexicano. El ambiente tenso y alegre…
Las apuestas en
torno al anfiteatro, se pactan a gritos.
Ajustada la navaja de media, le toca la suerte de ser
el primero en exhibir su gallo en la arena.
Lo hace caminar sobre la ensangrentada arena para poder
observar si la botana ajustada con finas amarras a su pata izquierda no le
aprieta.
Inicia la palea, la cruenta pelea.
Don Tiófilo se
pone nervioso. No le está yendo bien, por el momento…
Pobre el gallo, dicen unos. Ya se había desplumado el
pescuezo y le chorreaba sangre de la cabeza.
Se habían arrancado pedazos de cresta a picotazo
limpio. La sangrienta riña era tan
enconada, que se caían sin soltarse.
-¡Gana el gallo giro! Gritó.
“Apuestas para la siguiente pelea”.
Don Clodomiro estaba cantando las jugadas.
-¡Próxima jugada: el gallo barcino de tío Chema, contra el gallo negro
de don Cayetano. La apuesta base es de cien quetzales…!
-¡Púchicas, qué pistarrajal!-, gritó Vicente.
-¡Cállese la jeta compa, que tío Chema tiene hasta pa tirar pa´rriba!-,
refunfuñó Pedro Ixim.
A las once se anunció la pelea principal: de un lado, tío Chema
sostenía en su brazo, acariciándole la cola, a un gallo barcino; del otro lado, don
Cayetano, sacaba su mejor carta.
Los amarradores colocaron las navajas relumbrantes de tanto filo.
Los dos gallos dieron saltos, y
el gallo de don Cayetano le hundió la
navaja al contrincante.
-Jo, qué vergazo.
-No sea destrompado compa.
-Dan nervios compa.
-Usté es trompudo y diciendo destrompadas, se ve más trompudo.
Cayó moribundo el gallo de tío Chema. En ese instante, el gallo de don
Cayetano se le acercó, y el gallo agonizante se dio media vuelta y con un salto
inesperado, le ensartó la navaja, en el
mero centro del pecho.
Un borbollón de sangre, y dobló pico en cuestión de minutos.
-¡Puta, qué pelea!-, gritó Pedro Ixim.
-Siempre gana don Chema porque tiene pacto…dijo un sujeto.
Cuando iban a los palenques, Juan Huista le ayudaba a
tío Chema a llevar sus utensilios guardados con sumo cuidado: navajas de todo
tamaño, botanas, vainas, hilos, cintas de aislar.
CUARTO VIERNES DE CUARESMA EN SANTA ANA HUISTA
XVI PARTE
Por Elder Exvedi
Morales Mérida.
Fuente:
Huista: un viaje a través del tiempo.
Cuarto Viernes de Cuaresma, 1995.
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