LA FERIA PATRONAL DE SANTA ANA
HUISTA (IX)
FUENTE: Huista: un viaje a
través del tiempo. Elder Exvedi Morales Mérida. Guatemala, 26 de julio de 1994.
La
feria está, como siempre: alegre.
Trasladémonos a otro escenario: al palenque…
-No
va a venir el gallero mexicano-, se lamenta tío Chema.
Cuando
de pronto apareció el aludido con su
gallo. El gallo causó admiración por su estampa: un giro de negro con
coberturas alares doradas, cola blanca en arco, pecho robusto, patas coloradas,
muy fuertes.
Y en
breve, comienza la pelea.
Soltaron
los gallos. Su gallo remontó sus alas en lenta abatida, se dio una espectacular voltereta, mordió, mordió.
El
gallo había logrado una verdadera proeza.
-¡Qué
gallo tan cabrón!-, grita don Chomo.
-Jijo de su pinche madre, tío
Chema es cabrón-, gritó.
Las
diez de la mañana serían acaso, cuando ante la presencia de unas doscientas
personas, entre mexicanas y guatemaltecas,
el gallo de tío Chema hizo un espectacular alzo matando al puro sangre...
El
gallo de tío Chema era un “gran” gallo,
decían.
Vino
tinto con tonalidades amarillas, su plumaje; patas coloradas, de cresta cortada
a ras.
El mejor de la feria.
El
gallo de tío Chema era de grandes espolones. Tenía las plumas de la cola,
largas, arqueadas. Era de bella estampa. En los palenques de Chiapas había
ganado siempre las peleas.
Las
peleas continuaron.
Juan
Huista llevó un canasto lleno de maíz blanco.
Lanzó
los puñados al voleo.
Años después, John escribió:
“Fuimos a ver la pelea de gallos. El palenque estuvo muy concurrido, como suele
ser. Todos los gallos ofrecieron un espectáculo fenomenal. Pero había un gallo que llamó poderosamente
mi atención. El gallo tenía lindas las hoces de su cola. El vivaz gallo aleteó
vigorosamente y cantó. Canta porque es el jefe, el que manda, el que
domina. En su casa, tío Chema tenía
crianza de gallos finos, giros, malayos, jerezanos. Hizo más de veinte alzos, como dicen los
galleros. Murió de viejo”.
Un
mexicano bajito, gordo, canoso y de tez
morena, cuando perdió, dijo:-Órale cabrón, me ganaste.
Sus
ojos avellanados decían mucho…
Tío
Chema era amable, tranquilo, de voz serena, pero esa vez le exigió al abusivo
sujeto respeto, y todo el pueblo lo defendió.
-O
me respetás o te atenés a las consecuencias-, amenazó.
-¡Hijuela!
Ya se jodió la cosa-, advirtió doña Chana, que vendía chicha, guaro y cerveza
Gallo.
Y
Pedro Ixim, que ya había consumido suficiente chicha, también amenazó al
sujeto:
-¡Hijuelagrandiosísimaputa!
Y le
dio una paliza.
Al
filo de la media noche, tío Chema abandonó el lugar con su gallo bajo el brazo
y una sonrisa de oreja a oreja, señal de inequívoca, de orgullo y satisfacción.
Al
clarear el día, del día siguiente,
llegaron las autoridades. Estaba
de goma.
-Tío
Chema, solo queremos aclarar el pleito de ayer-, dijeron los policías
municipales.
-No
se preocupen muchá, yo soy hombre de palabra y respeto las leyes. Si debo algo,
debo pagar.
Y
esclarecieron el caso.
Después del almuerzo, tío Chema,
sentado en su butaca, en compañía de Pedro Ixim, Juan Huista, John y Juan de
Dios, confiesa:-Estar involucrado en estas situaciones, es vergonzoso para mí.
Eso me enoja. Y como el enojo se apaga
con un par de tragos, les invito a que vayamos a tomar un par de cervezas.
-Ni
lo oímos dos veces-, responde Juan Huista.
Y
Pedro Ixim le secundó: Con este calor de la gran puta, caen rebien las chelas.
Y
fueron.
-El día en que le cortamos la cresta y la
barbilla a su gallo “valente” tío Chema,
nos echamos unos tragos de comiteco,
¿verdad? - dijo Juan Huista.
Y
tío Chema, entre risa y risa, respondió: ¡Cómo no me voy a acordar mijo! Si ese
día terminaste de columbrón.
Todos
rieron de buena gana.
-Ah,
pero me protegí el fundío, porque uno no sabe…-, añadió, y las risas se prolongaron.
-Es
alegre la vida muchá. Es breve y hay que disfrutarla. Hay que tomar, comer,
dormir, trabajar, reír, llorar, viajar
y…muchas cosas más. Un día fuimos a Tapachula, donde convivimos con don Esteban, quien
vivía en la colonia Los Laureles. Hermano de la bella Abigail, esposa de mi compadre Posh. Abigail y Esteban son hijos de don José María Hidalgo Segura y
de doña Ventura Lemus Barillas. Tomamos
unos tragos de comiteco. Fue un viaje inolvidable. Llegamos temprano al
palenque. Juan
Huista me ayudó a amarrar la navaja, en
la pata izquierda del gallo. Un día antes le habíamos recortado los
espolones. A las nueve de la mañana fue
la primera pelea. El gallo mexicano huyó en plena pelea y Juan
Huista dijo-Ese pinche gallo es valiente pero se acobardó porque el rival le
untó sebo de coyote.
***
Las mengalas
son galanas, coquetas, cuzcas y
relamidas, pues gustan arreglarse con esmero y con colores brillantes para
llamar la atención de los hombres.
Lucen blusas
adornadas con encajes, tiras bordadas o listones, a la usanza europea y con
manga corta. Llevan faldas amplias con flores pequeñitas,
varias enaguas o fustanes con orillas de encajes y las mangas de la blusa
enyuquillada. El pelo lo usan trenzado y adornan su cabellera y sus trenzas con
moños de listón de satín de colores brillantes. Llevan, casi siempre, flores silvestres insertadas en el
pelo.
***
¡Naranjas con
pepita! ¡Naranjas con pepita! ¡Naranjas con pepita!
Semántica, una
adolescente indígena, vende naranjas
peladas, untadas de sal y polvo de pepitoria.
¡Granizadas! ¡Granizadas!
¡Granizadas!
Eusebio, su
hermano, en una carretilla vende granizadas con el hielo pintado de colorado y
amarillo huevo.
Ofrece sabores dulces y salados, que van desde la granizada sencilla
con saborizantes hasta las que incluyen frutas como mango, naranja, limón,
guindas, piña, mora o fresas.
¡Llegaron sus nieves, sus ricas
nieves! ¡Llegaron sus nieves, sus ricas
nieves!
Entre las nieves de sabores más
populares se encuentran la nieve de limón y la nieve de fresa. Sus inicios son
muy antiguos. Los chinos mezclaban la nieve de las montañas con fruta y miel,
y, los califas de Bagdad, con jugo de frutas. Le dieron el nombre de sharbets,
que significa ‘bebida’, de donde proviene la palabra “sorbete”. Marco Polo
introdujo las recetas de los helados aprendidas en sus viajes a Europa.
En su forma más simple, el
helado o crema helada es un postre congelado hecho de agua, leche, crema de
leche o natilla combinadas con saborizantes, edulcorantes o azúcar. En la
actualidad, se añaden otros ingredientes tales como yemas de huevo, frutas,
chocolate, galletas, frutos secos, yogur y sustancias estabilizantes.
Hecho con hielo finamente desmenuzado,
al que se agrega alguna esencia, jugo de fruta o bebida alcohólica. Una
variante de este último es el denominado raspado, en el cual se usa un bloque
de hielo que es raspado en un máquina manual. Al hielo desmenuzado obtenido así
se le añade esencias con colorantes o jugos de fruta y se vende en puestos
ambulantes.
Es un helado que no
necesariamente es de baja calidad, pero generalmente, más económico porque no
requiere de la operación de congelación a la que se someten los otros tipos de
helado después de la formación de la emulsión. Suelen ser denominados en otros
países como barquillas por ser este el nombre del cono hecho de hojaldre en el
cual se sirven.
La carretilla de
helados está pintada de azul y blanco, como bandera nacional, y la fabricó don
Miguel Ángel Taracena, que igual hacía una marimba sencilla o diatónica, un
portón, una puerta, una ventana, un
armario, una caja de muerto o una carretilla de helados.
La carretilla es
un cajón rectangular, con una rueda por delante forrada de hule de llanta de
carro, que con las dos patas de atrás, permitía estacionarse en donde Euse
quisiera. Sí, Euse, como le decían
cariñosamente a Eusebio. Además, tenía dos brazos para lograr que caminara y
así recorrer las calles empedradas y empolvadas, sonando su campanita de
bronce. Solo se escuchaba el tilín tilín
de la campanita y los niños persuadían a
los padres para saborear los ricos helados. La carretilla tenía una tapadera
con bisagras, que se levantaba y por dentro estaba un cilindro de lámina de
zinc, también con tapadera. A su alrededor le ponían suficientes pedazos de
hielo. Al hielo le aplica sal y aserrín de pino que obtenían en las
carpinterías de los señores Julio Hernández, Vicente Matamoros Armas y Miguel
Ángel Taracena. Con frecuencia,
levantaba la tapadera y movía el cilindro en forma semicircular, hasta que la
leche volvía a agarrar consistencia.
La carretilla
tenía su desagüe para expulsar el agua del hielo que se derretía, tapado con un
pedazo de olote. Cuando Euse lo juzgaba necesario, quitaba el olote y salía un
chorro de agua fría y salada.
-¡Miren muchá:
está haciendo bish ese Euse. Mírelenle el chilín!-, se burlaban los niños
traviesos.
Era admirable la
presentación del helado: montado en un barquillo moreno, también producto artesanal,
que el heladero formaba, utilizando una cuchara plana, una verdadera obra de
arte, pues construía un copo de colores amarillo, blanco y rosado o colorado,
según las nieves que llevara en el cilindro.
“Nos gustaban los
helados de cartucho. El heladero se apostaba frente a la iglesia sonando su campanilla. Iba
también de calle en calle. Dentro de la carretilla tenía dos tambos, uno grande
de madera como tonelito y el otro pequeño de lámina, rodeado este de pedazos de
hielo. A un lado gaveta con bisagra. Llevaba los barquillos. El chingolingo, el
tiro al blanco con sus rifles de viento la rueda de Chicago, todo eso lo
recuerdo. Vimos también bailar a los
moros en el atrio de la iglesia. Compramos pitos de barro, que sonaban por
varios días. Participaron los famosos gigantes en el convite de la fiesta en
honor a Santa Ana. Los trajes fueron confeccionados por don Nacho”, recordaría
muchos años después Juan de Dios, en el lejano país del norte.
***
Niños, jóvenes y adultos saborean chupetes. Algo muy común en
las fiestas pueblerinas…
-Preparar los chupetes, no es nada fácil. Quienes los preparan deben
conocer el tipo de azúcar adecuado, la medida exacta de agua y la cantidad de
leña, para que uno se chupe los dedos, como lo estamos haciendo-, dice Rufina.
Y agrega: Hay que tener precisión, paciencia, habilidad y buen
humor. Si la persona que los prepara
está enojada, triste, nerviosa o de malas, la preparación se corta. Por eso,
hay que estar alegre y pelar la mazorca.
-El azúcar no debe ser ni muy
blanca o muy morena, debe estar vidriada-, explica doña Lola, una de las
santanecas que preparan chupetes desde
que era adolescente.
Los chupeteros son siete.
-Y de un quintal, ¿Cuánto
chupetes obtiene?-, pregunta Juan de Dios.
- Aproximadamente, 2 mil 500
chupetes.
-Es una tarea que exige mucho
trabajo-, añade Rufina.
Y doña Lola, gustosamente,
revela: Lleva su tiempo. Buscamos una olla de peltre, la más grande, con
capacidad de 15 litros de líquido. Preparamos el fuego de leña para cocinar la
mezcla de azúcar disuelta en agua pura, no demasiada agua. Lo dejamos hervir durante dos o tres horas
sin menearlo. Añadimos esencia de piña, limón, fresa y naranja, y un limón
entero. Mejor si es de ese limón de
patio. El dulce está listo cuando empieza a burbujear. Y vamos con la prueba final: agarramos una
cuchara con agua fría y le dejamos caer unas gotas de la mezcla en esta. Si escuchamos un sonido similar a un
chasquido, sabemos que está lista. En menos de media hora el líquido debe
reposar sobre los cartuchos de papel glacín, enrollados previamente.
Buena cantidad de conos enrollados descansan sobre una tabla de
madera cuadrada, sostenida a los lados por dos piezas rectangulares, similares
a las bases donde los vendedores exhiben su producto. Se deposita el líquido en
los moldes y cuando la mezcla está a punto de cuajar se añaden los palitos.
-¿Cómo saber si un chupete es de
calidad?
-Por el sabor. Y si tiene
granitos, significa que se cortó.
-Muy interesante-, dice John,
mientras escribe en su libreta.
FUENTE: Huista: un viaje a
través del tiempo. Elder Exvedi Morales Mérida. Guatemala, 26 de julio de
1994.
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