lunes, 19 de septiembre de 2016

EL CUATRERO FUENTE: Relatos de Santa Ana Huista. Elder Exvedi Morales Mérida. 1994


EL CUATRERO
FUENTE: Relatos de Santa Ana Huista.
Elder Exvedi Morales Mérida. 1994


Los gallos anunciaban el nuevo día, en aquellos tiempos vivientes en las memorias de la  historia.  El silencio  imperaba. Tan solo el murmurar del río Huista se escuchaba. El pueblo dormía profundamente por las noches, mientras por sus calles La Llorona, La Siguanaba, El Sombrerón, El Cadejo y los demás... se adueñaban de ellas...

Durante el día, todos ocupados en sus quehaceres.
  
-Mañana muy tempranito, me güir al otro lado a buscar mi yegua -, dijo Pruncio Chirivisco, a quien, días antes, le habían robado un animal de carga.

-Andaite bien tempranito Pruncio, porque está muy lejos -, aconsejó  la esposa de éste.

En ese entonces, abundaban los cuatreros.
Muchos se quedaron con las manos vacías, algunos sin sus vacas, otros sin sus yeguas.  En la época referida, tan sólo existía un vehículo y era propiedad de don Filomeno Hernández.
De manera que los viajes se hacían a “lomo de caballo” o a “pura pata”, y muy pocos los privilegiados que viajaban en ese vehículo.

La mañana de la partida llegó.

Pruncio Chirivisco  caminó durante todo el día, y al fin logró  cruzar la frontera.
Al “otro lado” encontró a un hombre sentado frente a otro que yacía en el suelo. Creyó que el que yacía en el suelo con la cara oculta estaba durmiendo, pero pronto se dio cuenta que estaba muerto

-Buenos días siñor, que güeno que le encuentro  -, dijo Pruncio Chirivisco muy alegre,  ya que  después de  tanto caminar no había encontrado a nadie más.
-Buenos días -, respondió  el hombre,  con lágrimas en los ojos.
-¿Usté no ha visto por aquí a una yegua blanca?
-No. ¿Por qué?
- Es que me la robaron siñor, y es el   único animalito que tengo.
¿Quieres que te ayude?

Pruncio tan sólo asintió con la cabeza.
 
-Pero, ¿por qué no te atreves a ver a mi amigo el muerto?
-No me gusta ver a los dijuntos, porque después los sueños.
-Pobre tú, veo que eres pobre y ahora estás  sufriendo más por la pérdida  de tu  yegua. 
-Si siñor, soy bien pogresito.
-Bien,  te lo diré. Puedes encontrar tu yegua en el siguiente poblado.  Solo  que hasta mañana al mediodía la encontrarás atada a un árbol,  frente a una casa de  adobes.  Entra a esa casa y di que tú eres el dueño, y te la devolverán.
-Gracias siñor, voy a comenzar el camino para llegar mañana.

Pruncio Chirivisco dejó al hombre junto al cadáver, y prosiguió el viaje. 
La  noche lo alcanzó en el camino y por la oscuridad reinante, pernoctó al pie de un árbol.
En toda la noche no durmió nada,  pues tan solo al cerrar los ojos empezaba a soñar a aquél cadáver.  Frente a una enorme fogata vio esfumarse la noche.  Llegada  la mañana siguió el viaje y al mediodía  llegó al poblado.  Desde lejos divisó su yegua atada a un árbol y se alegró. Entró en la casa, cuyas  puertas estaban abiertas, ya que la gente entraba y salía.  Se acercó  a un grupo  de personas que  velaban  un  difunto   y   después  de observarlo  detenidamente,   le pareció familiar. Vestía botas, pantalones de lona.  Las mujeres rezaban sus monótonos rezos.  Pruncio  evitaba verle la cara al difunto y tan solo miraba el cuerpo inanimado.
-¿Dónde he visto a un hombre con las mismas botas y el mismo pantalón? -, se preguntaba insistentemente en silencio.
  
Transcurrió un breve tiempo y la curiosidad lo dominó.
De pronto, cuando de reojo miró al “velado”, por poco lanza sus gritos de susto. Un mutismo profundo reinó en sus pensamientos. No salía de su asombro. Una fuerza extraña lo encadenaba al darse cuenta que el difunto no  era más que  aquel  cuatrero que encontró  frente a su propio cuerpo y que le indicó el lugar donde podría hallar su yegua.

Testigos oculares afirman que cayó al suelo y se retorcía, como si hubiese sido poseído por el espíritu del fallecido.  Cuando ya estaba un poco sosegado, contaba espantado aún, que ese “finadito” le había  ayudado  a dar con su yegua.

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