EL CUATRERO
FUENTE: Relatos de Santa Ana Huista.
Elder Exvedi Morales Mérida. 1994
Los gallos anunciaban el nuevo día, en aquellos
tiempos vivientes en las memorias de la
historia. El silencio imperaba. Tan solo el murmurar del río Huista
se escuchaba. El pueblo dormía profundamente por las noches, mientras por sus
calles La Llorona ,
La Siguanaba ,
El Sombrerón, El Cadejo y los demás... se adueñaban de ellas...
Durante el día, todos ocupados
en sus quehaceres.
-Mañana muy tempranito, me güir al otro lado a
buscar mi yegua -, dijo Pruncio Chirivisco, a quien, días antes, le habían
robado un animal de carga.
-Andaite bien tempranito
Pruncio, porque está muy lejos -, aconsejó
la esposa de éste.
En ese entonces, abundaban los
cuatreros.
Muchos se quedaron con las
manos vacías, algunos sin sus vacas, otros sin sus yeguas. En la época referida, tan sólo existía un
vehículo y era propiedad de don Filomeno Hernández.
De manera que los viajes se
hacían a “lomo de caballo” o a “pura pata”, y muy pocos los privilegiados que
viajaban en ese vehículo.
La mañana de la partida llegó.
Pruncio Chirivisco caminó durante todo el día, y al fin
logró cruzar la frontera.
Al “otro lado” encontró a un
hombre sentado frente a otro que yacía en el suelo. Creyó que el que yacía en
el suelo con la cara oculta estaba durmiendo, pero pronto se dio cuenta que
estaba muerto
-Buenos días siñor, que güeno
que le encuentro -, dijo Pruncio
Chirivisco muy alegre, ya que después de
tanto caminar no había encontrado a nadie más.
-Buenos días -, respondió el hombre,
con lágrimas en los ojos.
-¿Usté no ha visto por aquí a
una yegua blanca?
-No. ¿Por qué?
- Es que me la robaron siñor,
y es el único animalito que tengo.
¿Quieres que te ayude?
Pruncio tan sólo asintió con
la cabeza.
-Pero, ¿por qué no te atreves
a ver a mi amigo el muerto?
-No me gusta ver a los dijuntos, porque después los
sueños.
-Pobre tú, veo que eres pobre y ahora estás sufriendo más por la pérdida de tu
yegua.
-Si siñor, soy bien pogresito.
-Bien, te lo
diré. Puedes encontrar tu yegua en el siguiente poblado. Solo
que hasta mañana al mediodía la encontrarás atada a un árbol, frente a una casa de adobes.
Entra a esa casa y di que tú eres el dueño, y te la devolverán.
-Gracias siñor, voy a comenzar el camino para llegar
mañana.
Pruncio Chirivisco dejó al hombre junto al cadáver, y
prosiguió el viaje.
La noche lo
alcanzó en el camino y por la oscuridad reinante, pernoctó al pie de un árbol.
En toda la noche no durmió nada, pues tan solo al cerrar los ojos empezaba a
soñar a aquél cadáver. Frente a una
enorme fogata vio esfumarse la noche.
Llegada la mañana siguió el viaje
y al mediodía llegó al poblado. Desde lejos divisó su yegua atada a un árbol
y se alegró. Entró en la casa, cuyas
puertas estaban abiertas, ya que la gente entraba y salía. Se acercó
a un grupo de personas que velaban
un difunto y
después de observarlo detenidamente, le pareció familiar. Vestía botas,
pantalones de lona. Las mujeres rezaban
sus monótonos rezos. Pruncio evitaba verle la cara al difunto y tan solo
miraba el cuerpo inanimado.
-¿Dónde he visto a un hombre con las mismas botas y el
mismo pantalón? -, se preguntaba insistentemente en silencio.
Transcurrió un breve tiempo y la curiosidad lo dominó.
De pronto, cuando de reojo miró al “velado”, por poco
lanza sus gritos de susto. Un mutismo profundo reinó en sus pensamientos. No
salía de su asombro. Una fuerza extraña lo encadenaba al darse cuenta que el
difunto no era más que aquel
cuatrero que encontró frente a su
propio cuerpo y que le indicó el lugar donde podría hallar su yegua.
Testigos oculares afirman que cayó al suelo y se
retorcía, como si hubiese sido poseído por el espíritu del fallecido. Cuando ya estaba un poco sosegado, contaba
espantado aún, que ese “finadito” le había
ayudado a dar con su yegua.
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