JUANITO
Por Elder Exvedi Morales Mérida. (1993)
Amaneció.
En las
ramas de los árboles trinan los pájaros. Los rayos del astro rey acarician las
mejillas de los niños que en el parque se recrean.
Y ahí,
sentado, Juanito, con su caja de lustre, tiene fe en que hoy sí habrá
suficiente clientela, para, al menos, ganar el dinero para comprarle las medicinas a su madre que
está postrada en cama.
“Ojalá
hoy sí gane unos centavos para que mi
mamita se cure del cáncer”, piensa, para sus adentros, el niño que sueña en ser doctor para ayudar a todas aquellas
personas que sufren alguna dolencia, y
son pobres.
Las
horas pasan, y no hay clientela.
Una
niña, de trece años de edad, que va a la escuela, le regala una sonrisa, pero en los labios de Juanito solamente hay silencio y amargura.
“Cada
día vamos de mal en peor y pareciera que para Dios no existimos los pobres”, se
lamenta.
Pasaron
las horas y la tarde cayó pronto y
Juanito no pudo ganar siquiera un centavo,
y tampoco probó bocado.
Y tiene
mucha hambre, pero no le queda más que aguantarse.
El
cielo anuncia lluvias.
Toma su
caja de lustre con una amargura inenarrable
y regresa al ranchito en donde vive con su madre y el cual amenaza con
venirse abajo.
Después
del largo camino, llega al ranchito.
Jala una pita y la puerta vieja de cedro se abre. Y, al fin, entra un
puñito de luz y la oscuridad sale
corriendo, como chucho apaleado.
Se
dirige al viejo catre.
-Ya
vine mamita-, avisa, con voz quebrada.
No hay
respuesta, solo silencio, silencio…
-Ya
vine mamita-, anuncia de nuevo Juanito con la voz más quebrada.
Se
acerca más y se lleva la terrible sorpresa
de ver que su madre ha muerto.
¡Maldito
el cáncer que te ha llevado!, grita, a todo pulmón.
Los
ojos se le llenan de lágrimas y el alma
de la angustia más colosal.
Llueve.
La
tarde es triste, muy triste.
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