LA
CITA
FUENTE: Relatos de Santa Ana Huista.
Elder Exvedi Morales Mérida. 1994
En ese entonces, no había más que caminar por las
calles alumbrados por la luz de la luna
plateada. Cuando se suscitaba cualquier hecho, en breve, toda la gente se enteraba.
Así era el pueblo de Santa Ana Huista de aquellos
lejanos días.
Mucha gente frecuentaba las pequeñas cantinas a
“echarse los tragos” de cusha, guaro o aguardiente, que es lo mismo, para olvidar por breve tiempo los
problemas....y para festejar alegrías...
Una tarde despejada, “El
Bolito”, mote de Juan, enfiló rumbo a la
cantina de doña Cornúpeta Pocaspulgas a cumplir con la costumbre...
Ahí encontró a varios
compañeros de “chupe” y al parecer, todo
estuvo muy alegre. Hablaron de problemas familiares, de los quehaceres en el
campo y por supuesto, de las mujeres. Ya
casi al filo de la media noche, retornó
a su humilde vivienda. Cruzando estaba el parque cuando un anciano se le
apareció en un abrir y cerrar de ojos:
-Ah púchicas, qué susto me ha
dado don.
-Disculpe joven.
-¿Qué jodidos se le ofrece?
-Un traguito.
-¿Un traguito?
-Sí.
-¿Y a usté quién le dijo que
yo chupo?
-Su apodo lo dice todo.
-Bueno, está bien pué.
El Bolito sacó un envase de
“cloro” lleno de ese licor milenario, y lo compartió con el extraño. Platicaron
durante horas y así trabaron una
amistad, de esas no muy comunes...
-Pero que conste, nos vemos el
próximo viernes.
-Me extraña paisano.
Eran las cinco de la madrugada cuando se despidieron, y cada uno siguió su camino.
¡Qué bruto que soy! Ni su nombre le pregunté-,
dijo El Bolo, antes de ingresar en su vivienda.
El tiempo transcurrió inexorable. La
cita se había pactado para el
viernes, a las seis de la tarde. El lunes se fue despidiendo muy lentamente, el martes un
poco más de prisa, el miércoles más y el jueves umbral, más. El viernes llegó. A las cinco con cincuenta de la tarde, se
presentó El Bolo a la cantina. Se sentó a esperar al amigo sin nombre, mientras fumaba un cigarrillo de manojo.
El humo dibujaba en el viento el rostro moreno del amigo a quien
esperaba. Las seis y nada de nada...
-¿Qué le pasa usté? -, le preguntó doña Cornúpeta Pocaspulgas.
-Es que estoy esperando a un
mentado amigo...bueno, no sé su nombre.
-Y, ¿cómo es él?
-Chaparro, moreno, calvo y
amante del guaro como yo.
La propietaria de la cantina ya no dijo nada. En
su semblante se esbozaron incógnitas. Y El Bolo extrañado, la miraba.
-Usté doña
Cornúpeta, ya ni la friega; parece que hubiera visto a un espanto.
-Algo así.
-¿Cómo así?
-Fíjese que ahora le tocó a
usté.
-¿Qué me tocó qué?
-Sí, ahora le tocó la
espantada. Es que hace años que viene a espantar don Julián Jícara, un señor
que murió en esta cantina, ahí merito donde está usté sentado. Petatió de tanto chupar. Hoy merito, hace
diez años que paró los caites y por eso
lo citó, para chingarlo.
Confundido y asustado, El
Bolito decía: Pero sí lo vi bien, me senté
con él a platicar y...
Pagó la cuenta y con pasos lentos inició a caminar
hacia su vivienda. Estaba ido. No podía
creer ser objeto de burla de uno del más allá...
Al poco tiempo enfermó
gravemente. Se vio entre la vida y la
muerte.
Ya tenía meses de estar
postrado en cama, cuando en un sueño se le apareció “su espanto” quien le dijo:
“Mi amigo, ya no siga chupando más. Yo
por hacerlo, perdí a la muchacha que quería, y por tanto hartarme de ese desgraciado
guaro, me morí”.
“Santo Remedio” como dicen en
el pueblo. Desde ese entonces, se apartó
de todas las “amistades pervertidoras” y de la idea de seguir consumiendo
licor.
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