martes, 30 de agosto de 2016

LA CITA

LA   CITA
FUENTE: Relatos de Santa Ana Huista.
Elder Exvedi Morales Mérida. 1994


En ese entonces, no había más que caminar por las calles alumbrados por  la luz de la luna plateada.    Cuando se suscitaba  cualquier hecho,  en breve, toda la gente se enteraba. 
Así era el pueblo de Santa Ana Huista de aquellos lejanos días.
Mucha gente frecuentaba las pequeñas cantinas a “echarse los tragos” de cusha, guaro o aguardiente, que es lo mismo,  para olvidar por breve tiempo los problemas....y para festejar alegrías...

Una tarde despejada, “El Bolito”, mote de Juan,  enfiló rumbo a la cantina de doña  Cornúpeta  Pocaspulgas a cumplir con la costumbre...
Ahí encontró a varios compañeros de “chupe” y al parecer,  todo estuvo muy alegre. Hablaron de problemas familiares, de los quehaceres en el campo y por supuesto, de las mujeres.  Ya casi al filo de la  media noche, retornó a su humilde vivienda. Cruzando estaba el parque cuando un anciano se le apareció en un abrir y cerrar de ojos:
-Ah púchicas, qué susto me ha dado don.
-Disculpe joven.
-¿Qué jodidos se le ofrece?
-Un traguito.
-¿Un traguito?
-Sí.
-¿Y a usté quién le dijo que yo  chupo?
-Su apodo lo dice todo.
-Bueno, está bien pué.

El Bolito sacó un envase de “cloro” lleno de ese licor milenario, y lo compartió con el extraño. Platicaron durante horas y así  trabaron una amistad, de esas no muy comunes...

-Pero que conste, nos vemos el próximo viernes.
-Me extraña paisano.

Eran las  cinco de la madrugada  cuando se despidieron, y cada uno siguió  su camino.
¡Qué  bruto que soy! Ni su nombre le pregunté-, dijo El Bolo, antes de ingresar en su vivienda.

El  tiempo transcurrió inexorable.  La   cita  se había pactado para  el  viernes, a las seis de la tarde. El lunes se  fue despidiendo muy lentamente, el martes un poco más de prisa, el miércoles más y el jueves umbral, más.  El viernes llegó.  A las cinco con cincuenta de la tarde, se presentó El Bolo a la cantina. Se sentó a esperar al amigo sin nombre,  mientras fumaba un cigarrillo  de manojo.  El humo dibujaba en el viento el rostro moreno del amigo a quien esperaba. Las seis  y nada de nada...

-¿Qué  le pasa usté? -, le   preguntó doña Cornúpeta Pocaspulgas.
-Es que estoy esperando a un mentado amigo...bueno, no sé su nombre.
-Y, ¿cómo es él?
-Chaparro, moreno, calvo y amante del  guaro como yo.

La  propietaria de la cantina ya no dijo nada. En su semblante se esbozaron incógnitas. Y El Bolo extrañado,  la miraba.

-Usté  doña  Cornúpeta, ya ni la friega; parece que hubiera visto a un espanto.
-Algo así.
-¿Cómo así?
-Fíjese que ahora le tocó a usté.
-¿Qué me tocó qué?
-Sí, ahora le tocó la espantada. Es que hace años que viene a espantar don Julián Jícara, un señor que murió en esta cantina, ahí merito donde está usté sentado.  Petatió de tanto chupar. Hoy merito, hace diez años que paró  los caites y por eso lo citó,  para chingarlo.

Confundido y asustado, El Bolito decía: Pero sí lo vi bien, me senté  con él a platicar y...
Pagó  la cuenta y con pasos lentos inició a caminar hacia su vivienda.  Estaba ido. No podía creer ser objeto de burla de uno del más allá...
Al poco tiempo enfermó gravemente. Se vio entre  la vida y la muerte.
Ya tenía meses de estar postrado en cama, cuando en un sueño se le apareció “su espanto” quien le dijo: “Mi amigo, ya no siga chupando más.  Yo por hacerlo, perdí a la muchacha que quería, y por tanto hartarme de ese desgraciado guaro, me morí”.

“Santo Remedio” como dicen en el pueblo.  Desde ese entonces, se apartó de todas las “amistades pervertidoras” y de la idea de seguir consumiendo licor.



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