JUAN CUJÁ Y EL PIXCOY
FUENTE: Relatos de Santa Ana
Huista.
Elder Exvedi Morales Mérida.
1997.
-Mijo, el pixcoy con sus cantos anuncia desgracias y
bendiciones-, dijo el padre.
-Papa, usté sólo babosadas habla
cuando se ataca de guaro.
-No mijo, lo que te digo no son
sonseras. El pixcoy es un pájaro
portador de malas y buenas cosas...Si en tu camino lo encontrás, no lo ignorés,
porque si lo hacés, te jodés. Si del lado derecho se pasa a tu izquierda, algo
malo va a pasar, y si se pasa del izquierdo al derecho, algo bueno va a pasar.
Desde el día en que su padre le habló del pixcoy, la onomatopeya
de su misterioso canto: pix-coy, le infundía intriga.
Juan Cujá heredó un rancho
grande; después de habitarla tres generaciones, y después de ocuparla él con su
esposa y su marimba de hijos, se vino abajo, aplastando a todos, menos a él.
Una semana antes, cuando iba a su milpa,
el pixcoy se pasó de su lado derecho al izquierdo y recordó a su padre, cuando le habló en torno
a esta ave. El pixcoy le auguró
maldición, sin embargo, en su corazón tenía un granito de esperanza, de que lo
que decían del pájaro, era una mentira. Pero no fue así. El desdichado Juan
Cujá ya nunca fue a los bailes. Se alejó de todo y de todos. Se encerró en su
mundo. Obró mal en emborracharse todos los días. Los ojos hermosos de las
mujeres ya no eran esos tizones que antaño le deleitaron. Día y noche lloró la
ausencia de su esposa y de sus hijos, y
maldijo al pixcoy. La cocha y sus cochitos, el burro viejo, los pollos, los
patos y su vaca murieron también. Pero lo que más le atizaba la herida, era la
pérdida de su mujer y de sus ishtíos, como él les llamaba. Nadie podía suplir esos lugares en su vida.
Nadie. Absolutamente nadie. Días antes el pixcoy le auguró que algo malo le
sucedería y puso oídos sordos. ¿Qué
podía hacer?
Derrochó lo poco que tenía.
Perdió su rancho, su parcela por culpa...del vicio que adquirió empujado por la
desgracia. Terminó tirado en las calles del pueblo. Fue a los pies de Jesús
Nazareno de Santa Ana a pedirle la muerte, y no la vida y prosperidad como lo
había hecho antes. Ahora morir, era la mayor bendición que podía recibir.
Tantas veces intentó suicidarse y no logró
su objetivo. Durante Cuartos Viernes se lanzó desde el campanario de la iglesia
y en el techo de una “chinama” quedó atorado.
Sólo logró que la gente se riera
de él. Otra vez que se puso una soga al cuello intentándose ahorcar, la rama a la cual se ató, se desgajó. La esperanza
ya no existía. Ahora que no se
preocupaba por su salud, porque deseaba la muerte, las enfermedades huían de
él.
Fue pacífico y laborioso,
entonces, ¿por qué esa tragedia en su vida?
Sobran las preguntas, escasean
las respuestas. Oí decir allá por 1982, que lo habían brujeado. Cierto o
mentira, no lo sé. La amargura más suprema se metió dentro de sus carnes y el
pobre agonizaba lentamente. Tanto deseó ser víctima de una enfermedad gravísima
y nada. Una vez, frente a un grupo de niños que jugábamos canicas en el parque,
bebió un litro de “gramoxone” y en vano invocó a la muerte. Recordaba irritado
que en vida, sus niños fueron azotados por la tifoidea, sarampión, cólera y
pulmonía. La gente, muy conmovida por su desgracia, le ofrecía una taza de
café, una tortilla con sal. Nunca se me
borra de la memoria la vez que me vio fijamente a los ojos y me dijo con su voz
temblorosa y melancólica: “Vos ishte, igualite a vos estaríe mi Pegrite”.
Los años cayeron sobre sus
espaldas. Las canas invadieron su cabeza. Las arrugas surcaron su piel morena.
Sonrió enajenado cuando la muerte le dijo: “Es tu hora”.
Un día apareció muerto en la Calle Real del pueblo
de Huista. Dicen que con un gesto de sonrisa se marchó, para nunca más volver.
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