YÉNISLEY
Autor: Elder Exvedi Morales
Mérida. (2016)
Amaneció.
La madrugada se
despabila, y saluda al mundo.
Y la oscura noche se ha ido y no ha dejado ni
siquiera una huella…
El astro rey emerge
desde las espaldas de las frondosas
montañas.
Y en las ramas de los
árboles las aves canoras prodigan sus gorjeos.
Y Dios sonríe.
Pero, en el jardín
del palacio, Yénisley, sentada en una
banqueta, está triste.
El jardín fue
plantado por su madre y ahora, los aromáticos rosales están desnudos.
Sus hojas han desaparecido.
Yénisley se cuestiona
de por qué los rosales lucen tristes, lúgubres y taciturnos.
Los ojos de la niña
son océanos de lágrimas y sus labios están colmados de llanto.
De pronto, la
hormiguita Celeste que regresa de la escuela, se percata de Yénisley y entre
ambas, se desata la siguiente conversación:
-¿Qué te sucede Yénisley?
-Estoy triste
amiguita.
¿Por qué?
Y Yénisley, con sus
ojos empapados de lágrimas, lo confiesa:
-Estoy triste, porque
el jardín que mi madre plantó durante su
juventud, está marchito.
- Yénisley, no te
preocupes. Mañana, el jardín, volverá a
ser hermoso y sus rosales seguirán prodigándonos sus néctares, aromas y
canciones nuevas.
Y Yénisley,
esperanzada ya, interroga:
-Celeste, ¿lo dices
en serio?
-Sí, amiguita. El jardín
está adormilado porque es otoño.
¿Y mañana volverá
entonces mi jardín con su alegría?
-Sí, Yénisley, porque
mañana retorna la primavera y el jardín volverá a lucir sus ropajes nuevos, aromáticos,
y todo será regocijo.
Y, al día siguiente,
la primavera retornó y el jardín volvió a ser el mismo.
Y en los labios de Yénisley
retoñaron de nuevo las sonrisas y en sus ojos florecieron nuevos amaneceres.
Y Dios seguía
sonriendo.
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