miércoles, 23 de noviembre de 2016

YÉNISLEY

YÉNISLEY
Autor: Elder Exvedi Morales Mérida. (2016)

Amaneció.

La madrugada  se  despabila, y saluda al mundo.
Y la  oscura noche se ha ido y no ha dejado ni siquiera una huella…

El astro rey emerge desde las espaldas de las frondosas  montañas.
Y en las ramas de los árboles las aves canoras prodigan sus gorjeos.

Y Dios  sonríe.

Pero, en el jardín del palacio, Yénisley,  sentada en una banqueta, está triste.

El jardín fue plantado por su madre y ahora, los aromáticos rosales están desnudos.
Sus  hojas han desaparecido.


Yénisley se cuestiona de por qué los rosales lucen tristes, lúgubres y taciturnos.

Los ojos de la niña son océanos de lágrimas y sus labios están colmados de llanto.

De pronto, la hormiguita Celeste que regresa de la escuela, se percata de Yénisley y entre ambas, se desata la siguiente conversación:

-¿Qué te sucede Yénisley?
-Estoy triste amiguita.
¿Por qué?

Y Yénisley, con sus ojos empapados de lágrimas, lo confiesa:

-Estoy triste, porque el jardín  que mi madre plantó durante su juventud, está marchito.

- Yénisley, no te preocupes. Mañana,  el jardín, volverá a ser hermoso y sus rosales seguirán prodigándonos sus néctares, aromas y canciones nuevas.

Y Yénisley, esperanzada ya, interroga:
-Celeste, ¿lo dices en serio?
-Sí, amiguita. El jardín está adormilado porque es otoño.
¿Y mañana volverá entonces mi jardín  con su  alegría?
-Sí, Yénisley, porque mañana retorna la primavera y el jardín volverá a lucir sus ropajes nuevos, aromáticos,  y todo será regocijo.

Y, al día siguiente, la primavera retornó y el jardín volvió a ser el mismo.

Y en los labios de Yénisley retoñaron de nuevo las sonrisas y en sus ojos florecieron nuevos amaneceres.


Y Dios seguía sonriendo.